La historia del carnaval en Zaragoza

Hay carnavales muy emblemáticos a lo largo y ancho del globo: todo el mundo ha oído hablar del carnaval de Brasil con su espléndida fiesta en el Sambódromo. O, por ejemplo, del carnaval de Venecia, en el que abundan los trajes de época y las lúgubres máscaras de la peste negra, las de Bauta, que ocultan la boca y evocan el secretismo, o las máscaras Volto, más habituales entre el pueblo llano por su talante discreto. En España, sin ir más lejos, también tenemos el archiconocido carnaval de Tenerife, con su concurso de carrozas o su reina, elegida en directo con conexión televisiva a la península. El carnaval tinerfeño está considerado como el segundo más célebre del planeta tras el carnaval brasileño.

En nuestra ciudad, aunque a una escala menor, los carnavales en Zaragoza también son una celebración muy importante que atesora varias peculiaridades que vamos a explicar en este post.

Hace ya más de 40 años que esta fiesta se celebra de forma ininterrumpida en Zaragoza y, aunque este año no va poder tener lugar por culpa del maldito virus, vamos a aprovechar que la fecha se acerca para rememorar sus tradiciones.

Durante la Dictadura de Franco, periodo en el que la Iglesia católica recuperó gran parte de su influencia política y social, se trató de una fiesta de carácter prohibido.

Una celebración centenaria que, por su origen pagano, quedó relegada al ostracismo por orden del clero, y es que, en ella, se abogaba por la vida despreocupada y por lanzarse a los brazos de los placeres terrenales justo antes de la época de Cuaresma. En esta “fiesta de los sonados” todos disfrutaban de buen vino, carne adobada y mucho despiporre antes de pasar a la abstinencia que marcaba la Iglesia bajo la amenaza del castigo eterno. En el apartado figurativo, recordar que en dicha fiesta tiene lugar una gran pugna: Doña Cuaresma hace proselitismo de los beneficios de cumplir las normas divinas y Don Carnal apuesta por los placeres seculares. De aquellos orígenes medievales se han ido salvando algunas figuras y costumbres que vamos a analizar a continuación.

Comenzamos con el Conde Salchichón, que es el anfitrión del Carnaval y que, por consiguiente, preparaba la llegada del señor Don Carnal para que todo saliera a pedir de boca. Como buen noble, hace de mecenas de los festejos y anuncia la llegada de la festividad visitando colegios y guarderías los días previos, para animar a los más pequeños a participar. Su cuerpo delgaducho y su traje decorado con longanizas le han dado su característico nombre.

El caballero de la Hornilla es otro gran aficionado a la fiesta que va colocando todo tipo de carnes y embutidos con su palo de asar, que hace las veces de bastón, en cada fogón que se encuentra a su paso. Sin ruborizarse, proclama a los cuatro vientos que la gula es un pecado menor del que nadie se debe privar.

No podemos no olvidarnos del Carnestolendas, que con su afamada y prestigiosa cabalgata/comitiva anima a todos los mañicos a disfrutar de la fiesta con desenfreno y sin pudor.

Los estudiantes, por su parte, eligen a un bromista que les haga reír a carcajada limpia. Este personaje es conocido como el Rey de Gallos. Tiene una indumentaria muy colorida y un sombrero con forma de cabeza de gallo (pico incluido) y es el dueño absoluto de la tarde del sábado de Carnaval.

La historia de los carnavales en Zaragoza

Por último, la Mojiganga, que, en oposición al Conde Salchichón, es una noble avinagrada y con el corazón tan rancio y mustio, que detesta el carnaval y sus festejos. Su aspecto descuidado y cutre, una hidalga en horas bajas ¿quizás?

Otras versiones describen a la Mojiganga como una comparsa de gente malvestida que emite onomatopeyas, burlas y pifias que piden a la gente que se oponga al poder establecido. Son descripciones difícilmente compatibles, pero no parece haber un consenso al respecto.

Aparte de los personajes ya citados. Hay una serie de costumbres muy arraigadas a Zaragoza, que van desde acudir al colegio con los calcetines por fuera del pantalón, uno de cada color, y cantando ¡Carnaval, carnaval! A acudir a la escuela con un bigote pintado, como marca el Vizconde de Morcilla; o con algún elemento que emita ruidos graciosos o sonidos estrafalarios. Todos estos rituales son habituales en la semana carnavalera en todos los centros educativos de la ciudad de Zaragoza, así como el jueves lardero, en el que es importante acudir con un bocadillo de longaniza para merendar. (Y si es de Graus, mejor que mejor)

Es una pena que este año todas estas tradiciones se vayan a quedar en el tintero, pero, por fortuna, sabemos que el año que viene, vacunación mediante, podremos volver a disfrutar de los Carnavales en Zaragoza y sus entrañables peculiaridades. Lo celebraremos cuando toque y ahora a cumplir las restricciones a conciencia por la salud de todos.

La historia de los carnavales en Zaragoza

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